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miércoles, 18 de febrero de 2015

Vórtices psicoespirituales




Hemos tocado tangencialmente ya la cuestión atinente a los vórtices psicoespirituales, y entendemos que es bastante clara su descripción: si hubiera que abundar en ejemplos, diríamos que estos vórtices son los “agujeros negros” del plano espiritual o astral.

Como señala la moderna Astronomía, los “agujeros negros” son estrellas antiquísimas que, en lugar de terminar su período de vida desintegrándose en una monstruosa explosión (transformándose en lo que llamamos una “nova” o “supernova”) colapsan, en lo que podríamos definir como un proceso de “implosión”, reduciendo más y más su tamaño hasta que el mismo se aproxima al de una pelota de fútbol. Imaginen ustedes lo que significa que la totalidad de la materia de una estrella se comprima hasta alcanzar el sólo tamaño ya indicado.

Ahora bien. El campo gravitacional de un cuerpo cualquiera es directamente proporcional a su volumen, pero sólo si entendemos el concepto “volumen ” como una función de la masa (que a su vez es definible como la resistencia a la inercia que presenta un cuerpo), en el sentido de distancias interatómicas, y de las tensiones generadas en estos núcleos por lo que conocemos en Física como “interacción fuerte” e “interacción débil”.

Así una estrella de la categoría de las “gigantes rojas”, con un volumen aproximado de cien mil veces el de nuestro sol, tendrá una masa mayor y, por ende, un campo de gravedad inmenso. Como todos sabemos, un mayor campo gravitatorio aumenta la “curvatura espacial ” alrededor de este cuerpo. Pero si la estrella se comprime con las características que indicábamos líneas arriba, si bien su volumen (= tamaño) se reducirá, al no perder materia, aumentará su masa (las distancias interatómicas serán cada vez menores) aumentando así la potencia y extensión de su campo gravitatorio, que le hará capturar más materia, que también se comprimirá, aumentando su masa que... y así, ad infinitum. 

Como el lector comprenderá, un objeto del tamaño de una pelota de fútbol es, a escala cósmica, despreciable, por lo que en razón de los valores energéticos, podemos decir que es igual a cero. El incremento de masa (y de gravedad) es inversamente proporcional aqu í al concepto de volumen, por lo que podemos expresar matemáticamente que la masa tiene un límite tendiente a infinito y lo mismo ocurre con la gravedad. Y si en un punto del espacio la gravedad, para ese punto, es infinito, también lo es por consecuencia la curvatura espacial, que ya no será tal, sino lo que geométricamente (o, mejor dicho, topológicamente) se describe como un “toroide”. Un túnel. ¿Adónde?.
Seguramente a otra dimensión.

Un agujero negro es llamado así porque nada escapa a su atracción. Ni siquiera la luz, que por extraño que parezca, en sus proximidades se “curva”para ser absorbida por el mismo. Un hipotético observador situado a cierta distancia del “agujero negro” ver ía la materia y la energía precipitarse hacia un punto... e interrumpir abruptamente su trayectoria, como si hubieran caído en una fisura invisible. Han sido capturadas por el “agujero negro”.

Algunos teóricos, en tanto, afirman que todo “agujero negro”tiene en este Universo que conocemos su polo opuesto: un punto del espacio que “despide” energía que parece no provenir de ninguna parte: son los quasars (término que se forma por la contracción de los vocablos ingleses que definen a objetos cuasi estelares). El “quasar”sería, entonces, el punto donde aparece en nuestro Universo la materia y energía absorbida por el “agujero negro” de un universo paralelo.

Regresando a los planos que nos interesan, podemos referir que en este caso los “vórtices” están creados por una concentración extremadamente densa de actividad astral o mental, especialmente ligada a los planos inferiores. Eso ocurre por ejemplo con ciertas congregaciones pseudo-religiosas, cuyos objetivos se centran más en el lucro económico, la perversión sexual o el control de sus desorientados fieles, que en acercarse a Dios.

Decenas, centenares o miles de devotos, obligados a vibrar a determinadas frecuencias, crean las condiciones ideales para gestar un “vórtice” que a medida que pase el tiempo ampliará sus límites, con lo cual, todos los desprevenidos que se encuentren en su “periferia” (léase amigos y familiares de los “fieles”, por ejemplo) corren el riesgo de ser contaminados por aquéllos.

Un caso clásico es la historia –todavía fresca en la memoria del mundo– del “suicidio ritual ”de 983 seguidores del “reverendo” Jim Jones, en Jonestown, Guyana, en 1978. Repasando las publicaciones de la época, uno no puede dejar de estremecerse al leer que hasta aquellos que viajaron al enclave ritual con el objetivo claro en sus consciencias de desenmascarar a Jones –resultando v íctimas primeras de la demencia asesina que en pocas horas llevaría a la muerte a casi un millar de niños, mujeres y hombres– el diputado demócrata Leo J. Ryan, el camarógrafo de la NBC Bob Brown, el periodista Don Harris y el fotógrafo Greg Robinson declararían, poco antes de ser inmolados que... ”allí –en la colectividad– uno ingresa en una atmósfera tan densa, tan extraña, tan... pegajosa que, casi sin darse cuenta, todo lo que “ellos” hacen está bien, es “okey”. Uno siente simpatía donde antes estaba el recelo o el odio...”.

Los vórtices no son únicamente tan reducidos en extensión –geográfica y temporal– sino que pueden persistir por años o siglos, alojados en el inconsciente colectivo de la Humanidad, para ser detonados cuando las circunstancias así lo exijan.


Veamos un caso típico: el de los asentamientos religiosos.
Poca gente sabe que un enorme número de lugares de culto cristiano (para referirnos a una religión que nos es próxima, pero atendiendo al hecho de que estas consideraciones pueden extenderse a cualesquiera de ellas) coinciden geográficamente con antiquísimos asentamientos de cultos “paganos”. Así, por ejemplo, las catedrales de Chartres y Notre Dame de París están edificadas sobre los puntos exactos donde la Historia ubica emplazamientos dolménicos. La catedral de Cuzco (Perú) tiene como fundamento basal los cimientos del antiguo templo incaico elevado en honor de Inti Viracocha. El asentamiento de la Catedral de Luján, en la provincia argentina de Buenos Aires era, antes del milagro (tres veces quebró su eje la carreta que transportaba a la efigie de la virgen rumbo al norte del país, precisamente en ese lugar, lo que se interpretó como una “señal divina”) punto obligado de rituales de culto a la fertilidad por los aborígenes; y el lugar donde a fines del siglo XVI se observó numinosamente a la que sería después Virgen de Itatí (provincia argentina de Corrientes) era el lugar predilecto por los shamanes abipones primero y guaraníes después para efectuar sus ritos lunares. De hecho, recuerdo que durante mi propia visita a ese pueblo, la atmósfera mística, fácilmente perceptible, se me apareció como una cualidad propia del lugar geográfico, y no circunscripta exclusivamente a la basílica.

Esa reiteración en la elección del lugar sacro (sobre lo que podríamos abundar en ejemplos) es un proceso totalmente inconsciente, ya que las más de las veces los modernos sacerdotes y constructores han ignorado por completo las referencias litúrgicas de la antigüedad atinentes a ese lugar en particular. Debemos concluir entonces que es el sitio geográfico el que posee un “aura” particular, permanente al paso del tiempo, que polariza las tendencias místicas y religiosas de las generaciones por venir, y que es amplificado cuando en ese punto se levantan construcciones que respetan determinadas proporciones sagradas.
Y así como sobre el ser humano podemos dibujar un verdadero “mapa”de vórtices bioenergéticos, astrales o espirituales, lo mismo podemos hacer sobre la Tierra, ya que estos vórtices forman verdaderos tramados geométricos sobre la superficie del planeta.

Esto nos demuestra que la aparición de “vórtices” no implica necesariamente una cumulación de fuerzas negativas. En realidad, es la intencionalidad subyacente lo que definirá la naturaleza del efecto. Veamos otro ejemplo de lo expuesto.

Ya hemos hecho referencia a la posibilidad de aparición de un “vórtice” en concentraciones humanas psíquica o espiritualmente orientadas en determinado sentido.

Esta concentración puede remontar el tiempo y subyacer en el Inconsciente Colectivo de la humanidad, manifestándose esporádicamente, cuando las circunstancias exteriores movilicen y convoquen las fuerzas que entran en su composición.

La psicología denomina “complejo” al fenómeno consecuente con la aparición de hechos traumáticos en la vida de un individuo, que al correr de los años aglutina a su alrededor las vivencias existenciales de ese individuo que posean similar caracterología al trauma inicial. Ese complejo, habíamos dicho, puede adquirir cierta vida independiente, transformándose en un “parásito”de la vida mental del sujeto.
A nivel de la psicología colectiva (espacial y temporalmente) también se generan complejos, cuando las razas y los pueblos sufren “traumas” que quedan fijados en el Inconsciente Colectivo. Hace algunos miles de años, determinadas circunstancias (nos extenderíamos innecesariamente detallándolas aquí) hicieron que la Ciencia y la Religión que hasta ese entonces habían formado un solo cuerpo (al punto que los sacerdotes eran también los científicos) se separaran abruptamente. Hoy todavía estamos sufriendo las consecuencias de ese hecho, pues muchos de los males del hombre contemporáneo nacen del divorcio de esas dos esferas imprescindibles en la realización física, mental y espiritual del hombre.

Lo cierto es que la humanidad no pudo ignorar ese hecho, y algo quedó en sus substratos subliminales. Lo que llamamos “complejo arquetípico de San Jorge”, representa esa confrontación trascendental, donde el Dragón (que junto a la Serpiente, representa el Conocimiento Racional) cae abatido por el Santo, la Religión. Por supuesto, caben aquí dos consideraciones importantes: primero, tal confrontación es indudablemente muy anterior a la Edad Media (ambientación figurativa fácilmente observable en estatuillas y estampas) y si así aparece se debe exclusivamente a la costumbre típica de los imagineros de ese entonces que ambientaban “en presente” acontecimientos en algunos casos de la más remota antigüedad, sumada al sincretismo de la existencia histórica de San Jorge. Buen ejemplo de lo primero son los numerosos óleos existentes con representaciones del Antiguo y Nuevo Testamento donde los personajes protagónicos visten a la más pura usanza del siglo XIV.

Segundo, si el Santo aparece venciendo, es porque la versión es litúrgica. Si la ciencia Ortodoxa, positivista, guardara recuerdo de este hecho, o dedicara parte de sus afanes y presupuesto a la alegoría, seguramente la versión sería muy distinta.

Por supuesto, el “arquetipo de San Jorge” es sumamente positivo para los fines rogativos con que es usado por el hombre y la mujer comunes habitualmente. Pero, ¿imaginan ustedes qué sucedería si alguna inteligencia oculta en las penumbras lo usara para otros fines?. La gente es extremadamente fetichista, y muy fácil sería encolumnar detrás de esta imagen -símbolo a fanáticos anticiencia.

Observen los efectos que siguieron a la manifestación de otro Arquetipo: el milenarismo (creencia fundamentalista de que el fin del Mundo ocurrirá en un año cronológico terminado en tres ceros). A fines del siglo X (se esperaba que todo terminara en el primer minuto del año 1000) hubo una explosión de santidad, de gestos piadosos, sí.

Es cierto que muchos señores feudales repartían sus bienes entre los siervos (de lo que seguramente estaban arrepentidos a los pocos meses), que masas humanas hicieron acto de contrición de sus pecados públicamente (si habrá dado temas de conversación esto para los años siguientes entre las comadronas) y trataron de vivir en paz y con bondad esos hipotéticos últimos tiempos. Pero también es cierto que otras masas humanas se lanzaron a las orgías más desenfrenadas, al pillaje, al asesinato. El conjunto humano era homogéneo; lo que determinó las diferentes conductas fue qué voz o inteligencia rectora los convocaba y exhortaba.


Hoy, aunque nos consideremos más cultos y evolucionados que nuestros antepasados, el “milenarismo” acecha desde el fondo de nuestras mentes. Se habla y se escribe mucho sobre el Fin del Mundo. Las conductas –sobre todo las de los más jóvenes–  se van modelando bajo estos signos. Y aunque cualquier adolescente rockero de nuestros días quizás se sonreirá con sarcasmo si le preguntamos sobre su opinión del Fin, ¿quién puede refutarme que la conducta que acusan la mayoría de los muy jóvenes hoy en día, donde libertinaje, drogadicción, cierta música capaz de inutilizar neuronas y, sobre todo, esa falta de fe en el futuro y de logros a concretar, no son distintas facetas de un mismo ente?. Reúnan una docena de esos jóvenes y tendrán un “vórtice”más. Estos últimos deambulan a nuestro alrededor, en el Tiempo y el Espacio, y nadie tiene la seguridad de escapar a su atracción.



Veamos cómo queda conformado, finalmente, nuestro cuadro:

FORMAS DE ATAQUE O PROBLEMÁTICAS

1) LARVAS ASTRALES
a) OBSESIÓN
b) POSESIÓN

2) PAQUETES DE MEMORIA THANATICOS
a) Enlazado con psíquicos
b) Corporización ectocoloplasmática
c) Simbiosis con larvas astrales

3) GRUPOS ESOTERICOS
a) Satanistas
b) Conocimientos incompletos
c) Efecto de acumulación
d) Violación del libre albedrío

4) TÉCNICAS MENTALES (vampirismo psíquico)
5) VÓRTICES PSICOESPIRITUALES
 

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