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miércoles, 11 de febrero de 2015

Otras sectas esotéricas




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Tomando en cuenta la proliferación de movimientos, sociedades y agrupaciones espiritualistas, místicas o devocionales en los últimos años, uno tendría quizás la impresión de que, espiritualmente hablando, la humanidad se halla bien protegida. Asimismo, esa multiplicidad de búsquedas interiores parecería aparentar que sus cultores dejan discurrir sus vidas en transparentes intentos repartidos entre ampliar sus conocimientos y ayudar y orientar al prójimo.

Pero la realidad es bien distinta: dejando de lado el cierto n úmero de sociedades esotéricas que realmente están volcadas hacia la expansión y evolución espiritual, podemos considerar unas cuantas cuya actividad directa o indirectamente puede llegar aperjudicarnos. La mecánica de estas “agresiones psíquicas”de distinta naturaleza a las ya consideradas pueden dividirse en las siguientes categorías:

1) Sociedades esotéricas de actividades vinculadas al Satanismo.
2) Ídem, que tratando de hacer el Bien, sólo manejan conocimientos y técnicas incompletas, con lo cual el perjuicio es involuntario, pero tal vez más grave. Como dice el adagio popular: “No basta con querer ayudar, hay que saber cómo hacerlo”.
3) Agrupaciones ocultistas que aun trabajando correctamente, ocasionan colectivamente en determinados pero extensos núcleos humanos un perjuicio, como consecuencia del “síndrome de polaridad”.

Discriminemos ahora estas tres divisiones:
4) Son quizás las más peligrosas por dos razones fundamentales: por un lado, cuidan de permanecer convenientemente ocultas, con lo cual el proceso de identificación de sus integrantes y sus métodos se hace tedioso y desgastador. Un error en que suelen incurrir las personas que se sienten atacadas de esta forma, es malgastar sus esfuerzos (intelectuales, intuitivos o materiales) en localizar al agresor y tratar de neutralizarlo. Es decir, actuar directamente sobre quien parece ser el primer agente de nuestras perturbaciones. Porque aunque nuestro esfuerzo se vea coronado por el éxito, ello no bastará para acabar con el peligro, y esto por dos motivos: uno, que el agente agresor puede haber transferido su técnica así como la misión de atacar a un determinado objetivo a otro acólito, con lo cual sólo alcanzaremos un respiro momentáneo, tras lo cual deberemos ponernos otra vez en movimiento. Y dos, la propia discreción que saben guardar los verdaderos “adeptos del sendero izquierdo”es tal que nunca podremos estar seguros de haber agotado todos los riesgos. Y esa incertidumbre permanente es tan fatigosa desde el punto de vista psíquico que quizás así provocaremos nosotros mismos el resultado final que nuestro enemigo eligió.

En cambio, cuando el enemigo esotérico es fácilmente identificable –o se deja identificar, o hace gala de su poder– es cuando menos debemos preocuparnos; aquí vuelve a cumplirse la afirmación de que “el verdadero ocultista, oculto está”.

Generalmente, la acción perniciosa de estas sectas pasa por la detonación de los mecanismos de autodestrucción que anidan en el inconsciente de todos y cada uno de nosotros. En efecto, así como todos contamos con elementos de autoconservación o supervivencia, también existen sus antítesis. De esta forma, basta con saber qué tocar en el inconsciente de un enemigo para que el proceso mórbido comience por sí mismo. El ejemplo más claro de lo expuesto es la propia mecánica del vudú. Como afirman hasta sus propios sacerdotes y cultores, para que el ritual vudú de muerte ejerza efecto es necesario que la v íctima se entere.

Para eso, el muñeco preparado con elementos obtenidos de la víctima (cabellos, uña o sangre) y atravesado con alfileres, debe depositarse ante la puerta de la vivienda de aquélla o en su camino, de forma tal que indefectiblemente lo encuentre.

El “hechizo”se completa con un cartelito con el nombre de la persona sentenciada y el “plazo de vida”acordado.

Partiendo del hecho de que en Haití en particular (patria del “voodoo”) y en el Caribe en general, prácticamente la casi mayoría de la población cree en el poder de los hechiceros, es lógico deducir que la víctima se entere que ha sido condenada para que automáticamente se disparen en él o ella los elementos de autodestrucción.

Así, en cualquier otro medio, basta con conocer los “flancos débiles”de la v íctima, psicológicamente hablando, y presionar sobre ellos para que se reproduzca el mismo efecto.


En segundo lugar, debemos considerar que la acción psíquica perniciosa –una aspectación negativa de las “formas de pensamiento” a que nos referiremos próximamente– no muere con la neutralización del oponente, sino que persiste durante cierto tiempo (naturaleza y accionar al que en algún otro trabajo mío he referido con aquella anécdota conocida como “el fantasma de la guarnición”y que volveré a referir). Por esa razón el peligro persistirá y, si confiados en el triunfo nos desprevenimos, en algún momento la acción perjudicial se abatirá sobre nosotros.

Otras de las razones que multiplican el efecto a veces devastador de sus ataques estriba en la naturaleza fundamentalmente destructiva y belicosa del ser humano.

Para el hombre poco evolucionado, es más fácil destruir que construir, odiar que amar. Recuerden el “principio de Carnot”: todo parece tender naturalmente a la destrucción. En consecuencia, inducir o provocar el Mal en un sujeto cualquiera es mucho más fácil que su contrapartida, o sea, motivarlo al Bien.
5) Este segundo grupo no acusa menor peligrosidad potencial, ya que si el primero es temible por buscar el daño ex profeso, el segundo puede herirnos por distracción u omisión.

Quizás el comienzo de esta situación encuentre su génesis en la popularización que en las últimas décadas ha obtenido el Ocultismo: libros, artículos, cursillos, conferencias, han hecho que centenares de miles de personas encontraran respuestas a preguntas trascendentales, sí. Pero también –considerando la particular psicología de algunos “adeptos” que canalizan en este sendero sólo sus frustraciones, su soledad o su ansia de poder– esa “vulgarización” ha hecho que conocimientos otrora considerados como dignos de recato hayan llegado a todos los públicos, entre los cuales existen aquellos con intenciones positivas y otros con intenciones negativas; si a esto sumamos el hecho innegable que más de una de esas hipotéticas fuentes de sabiduría sólo reconocen como motivación el afán de lucro de sus autores y una dudosamente aplaudible retórica verbal o literaria para convencernos de sus bondades, terminaremos por comprender cuán precavidos hemos de ser en el manejo de la información (teórica y práctica) que obre en nuestro poder. Observemos que toda la literatura esotérica está plagada de comentarios referentes a las grandes vertientes espirituales permanentemente en pugna por conquistar el alma de los hombres: la Hermandad Blanca, o Sendero de la Mano Derecha, y la Hermandad de las Tinieblas, que se vale del Sendero de la Mano Izquierda.

Ahora bien. ¿Hasta qué punto podemos estar seguros de que todo autor o maestro que abunde sobre estos tópicos forzosamente ha de alinearse a la Derecha de ese espectro?. A fin de cuentas, ¿acaso el mejor truco no ha consistido, en toda la historia de la humanidad, en emular a los griegos y su caballo de Troya?. ¿Qué mejor que esconderse entre el enemigo para socavar sus bases?. Además, consideremos el tema de que muchos practicantes se limitan a perpetuar una enseñanza o continuar una práctica sin cuestionarse sus orígenes, ganados sus corazones por la confianza que les inspiraron sus guías o los antecesores de los mismos. Así, ¿cómo podemos estar seguros realmente de las causas primeras de las convicciones o las metodologías?. ¿Cuántos adeptos e incluso iniciados henchidos de buenas intenciones son apenas instrumentos en manos de inteligencias que les usan como portadores de sus programaciones psíquicas colectivas?. Y asimismo, ¿cuántas de sus actividades podemos afirmar que no ocasionarán daño a sus propias mentes o a las de las personas que se encuentran en sus adyacencias?.

Tomemos dos ejemplos: uno de ellos poco conocido pero de la más rancia escuela esotérica, y el otro de increíble expansión popular.

El primero de ellos hace referencia a la tradición que dice que en algún remoto y subterráneo paraje de Asia existe un pueblo, Agharta, en cuya capital, Agadir (también conocida como Shamballa o Shampullah) vive el Rey del Mundo, un soberbio maestro espiritual cuya misión y la de sus súbditos consiste en velar por el Bien y la Paz entre los hombres. Muchos filósofos esotéricos de cuya bondad no osamos dudar, incluso comentan que también este Rey es conocido como “el Señor de la Luz ”o bien por su propio nombre:
Sanat Kumara. Muchos autores se hacen eco, sí, de estos comentarios, pero ninguno de ellos parece advertir un razonamiento (mejor sería escribir “una cadena de pensamientos”) que comenzando por el hecho de recordar que Dios designa a Satanás como “Príncipe del Mundo” (pues sólo podrá gobernar entre los hombres) contin úa por traducir del latín la etimología de uno de los varios nombres dados al Señor de las Moscas: Lucifer, que significa, precisamente, el “portador de la luz ”. Y finalmente, sabiendo del valor e importancia que el Ocultismo da a los acrósticos (o sea, la combinación de letras de un nombre con el fin de transmitir una clave o un mensaje críptico) no puedo dejar de comprobar con un escalofrío que, moviendo las letras de lugar, “SANAT”se transforma en “SATAN” (Satanás o Lucifer). No he hallado hasta ahora traducción (si la hay) para “KUMARA”, excepto en el quechua andino, donde “UKAMAR” significa, literalmente, “de zonas escabrosas”(o “montañosas”).

Así, en el Norte argentino, el “Ukamar Zupai”, o “Diablo de las Montañas”, es aquel genio maléfico que congela las noches de luna con sus alaridos. Posiblemente algunos lectores consideren poco serio suponer que un relato esotérico de alcance mundial se identifique con un dialecto autóctono y regional, pero, después de todo, ¿porqué no?. Yo soy de aquellos que ciertamente creen que nada debe envidiarle el esoterismo americano al de otras latitudes y que tal vez, después de todo, quizás fue en éste continente donde todo empezó.

Afirma la coherencia de lo arriba expuesto el hecho de que, ¿casualidad?, Sanat Kumara en particular y Agharta en general suelen ser ubicados en zonas montañosas, como los Himalayas. Y reivindicando el idioma quechua, numerosos ocultistas de cuño (como Charles Leadbeater, entre otros) sostienen que era uno de los idiomas hablado en Mu o Lemuria.

El otro ejemplo al que hacíamos referencia pasa por un culto afrobrasilero que, hoy en Argentina, concita el interés de miles de adeptos: la Umbanda, Kimbanda y Candomblé.

No voy a abundar en descripciones acerca de esta religión –no faltarán estudios sobre el particular– excepto señalar que existen oficiantes sinceros, cultos y teológicamente capaces, pero no son ciertamente la mayoría, lo que cualquier sujeto con mínima capacidad clarividente que haya asistido a algún “congal”o “terreiro”(lugar de prácticas) durante un ritual efectivo habrá advertido, además de observar que muchos de los entes que por allí pululan no pertenecen, precisamente, a los niveles más avanzados de la evolución.
Posiblemente esta reflexión pueda parecer intransigente, dogmática y sentenciosa. Sin embargo, la estructura del conocimiento que desde los cielos espirituales baja al Hombre es eminentemente jerárquica y espiritual; por consiguiente, no queda mucho espacio para las demagogias.

En cuanto, específicamente hablando, atañe a esta religión, consideremos que la realidad demuestra que el gran número de seguidores que tiene en realidad advierte que sólo un pequeño porcentaje son “hijos de religión”, esto es, practicantes litúrgicos; el resto, una inmensa mayoría, está constituida por aquellos que acuden a hacer “consultas”: problemas de pareja, de salud y trabajo constituyen los aglutinantes. Esas personas no son adeptos consuetudinarios a esta corriente, pero su desesperación por la obtención de soluciones, por un lado, y generalmente, por el otro, la carencia de un análisis frío de sus actos o la indiferencia por las últimas consecuencias los lleva a agigantar sus complicaciones. Observemos que “maes” y “paes” por lo general achacan todos los problemas que pueda sufrir un individuo a los “daños” o “trabajos” que terceros nos provocan. Más allá de si esto es así (que no lo creo), el nivel vibratorio con que trabaja esta gente nos hace sospechar que el precio pagado a cambio por el desprevenido consultante, no se cancela meramente con la bebida, los cigarros o el dinero depositados como “ofrenda”. Por algo, muchos ex seguidores de esta corriente nos han comentado que “a la Umbanda se entra, pero no se sale”.
Y si ustedes se preguntan porqué entonces cosecha tantos seguidores, la respuesta es sencilla: la gente es naturalmente fetichista (esto ya lo hemos comentado), sus rituales son psicológicamente impresionantes para las mentes débiles, el miedo a las “represalias” espirituales hace que no se tenga la valentía de “desengancharse” y, last but not least (como dice el bueno de Antonio Ribera) la aparente corrección de ciertos desequilibrios genera la aparición de otros por algún otro lado, cuya solución degenera en unos terceros, y así ad infinitum. Este cúmulo de afecciones psíquicas son contra las cuales debemos aprender a precavernos, ya que nunca perjudican sólo a sus víctimas en primer grado, sino, infección psíquica mediante, a todo su núcleo familiar.

6) Este apartado me obligaría a repetir ciertas consideraciones que en algún párrafo ya hemos hecho.
¿Podemos tener una idea clara del alcance de nuestros actos “buenos”y “malos”?.
Dada nuestra imposibilidad de juzgar la naturaleza ética de las acciones (si es que la tienen) la sola intención no basta para erotizar o thanatizar una acción. Las improvisaciones ocultistas llevan a los ingenuos, no a manejar “fuerzas”, “santos”, “entes”, sino a crear las condiciones focales psicoespirituales necesarias para que “energías con motivaciones”(inteligencias) se den cita en el vórtice así creado. Esto es fácil de aceptar si no perdemos de vista la concepción de que el Universo es un todo físico,mental y espiritual. Si hechos físicos pueden crear vórtices físicos, y también generar efectos psicológicos o energéticos colaterales, ¿acaso un hecho mental no puede movilizar consecuencias secundarias o contraindicaciones mentales?. Ahora bien.
Hemos visto que actitudes inicialmente eróticas pueden devenir en thanáticas, y viceversa.
Y me pregunto: cuando prendemos velas, hacemos oraciones, elevamos pedidos, en nuestra ignorancia creyentes de una respuesta “superior”, ¿quién nos asegura que no descompensamos algo en algún lugar?. Todo tiene y genera su opuesto en el Universo (principio de Polaridad) y aunque yo crea estar haciendo algo “bueno”, en algún lugar se tiene que detonar la polaridad correspondiente, más aún, cuando comprendo que si pido ayuda es porque soy incapaz de alcanzar la solución naturalmente, soy momentáneamente inferior, reconozco esa inferioridad y la acepto, solazándome, en la oración-rogativa, con ello. Esto significa que los millones de personas que todos los días en todo el mundo piden, con distintos grados de devoción, ayuda, están generando en realidad mecanismos de dependencia más allá de los resultados.
Repetimos: ¿a nadie le llamó la atención que en las últimas décadas, pese al “reverdecimiento espiritual”, la violencia y la muerte han avanzado hasta límites insospechados en el mundo?. Es lo que llamamos efecto de acumulación.

En otro sentido, consideremos algo que a mucha gente bien intencionada suele escapársele. Algunas personas atraviesan problemas, y sus familiares y amigos acuden a estas disciplinas para ayudarle, pero, tal vez, a escondidas, porque la persona en problemas no gusta de las mismas. Por consiguiente, ¿acaso podemos estar confiados en no violar el libre albedrío de esa persona, ya que ella tiene derecho a elegir si quiere ser ayudada o no?.  ¿Es que acaso no forzamos su karma y el nuestro al actuar contra su voluntad?. ¿Es que basta escudarnos en que “lo hicimos por su bien”?. ¿Es que acaso sabemos cómo ayudar?. Porque, además, la solución o la técnica que nosotros comedidos samaritanos seleccionemos será lo que nosotros elegir íamos en caso de ser nuestros esos problemas. Entonces, se presenta la misma situación que si diéramos un medicamento erróneo a una determinada enfermedad; seguramente la agravaríamos.

Hora, entonces, de recordar otro refrán popular: el camino del infierno está sembrado de buenas intenciones.

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