Tomando en cuenta la proliferación de movimientos,
sociedades y agrupaciones espiritualistas, místicas o devocionales en los
últimos años, uno tendría quizás la impresión de que, espiritualmente hablando,
la humanidad se halla bien protegida. Asimismo, esa multiplicidad de búsquedas
interiores parecería aparentar que sus cultores dejan discurrir sus vidas en
transparentes intentos repartidos entre ampliar sus conocimientos y ayudar y
orientar al prójimo.
Pero la realidad es bien distinta: dejando de lado el cierto
n úmero de sociedades esotéricas que realmente están volcadas hacia la
expansión y evolución espiritual, podemos considerar unas cuantas cuya
actividad directa o indirectamente puede llegar aperjudicarnos. La mecánica de
estas “agresiones psíquicas”de distinta naturaleza a las ya consideradas pueden
dividirse en las siguientes categorías:
1) Sociedades esotéricas de actividades vinculadas al
Satanismo.
2) Ídem, que tratando de hacer el Bien, sólo manejan
conocimientos y técnicas incompletas, con lo cual el perjuicio es involuntario,
pero tal vez más grave. Como dice el adagio popular: “No basta con querer
ayudar, hay que saber cómo hacerlo”.
3) Agrupaciones ocultistas que aun trabajando correctamente,
ocasionan colectivamente en determinados pero extensos núcleos humanos un
perjuicio, como consecuencia del “síndrome de polaridad”.
Discriminemos ahora estas tres divisiones:
4) Son quizás las más peligrosas por dos razones
fundamentales: por un lado, cuidan de permanecer convenientemente ocultas, con
lo cual el proceso de identificación de sus integrantes y sus métodos se hace
tedioso y desgastador. Un error en que suelen incurrir las personas que se
sienten atacadas de esta forma, es malgastar sus esfuerzos (intelectuales,
intuitivos o materiales) en localizar al agresor y tratar de neutralizarlo. Es
decir, actuar directamente sobre quien parece ser el primer agente de nuestras
perturbaciones. Porque aunque nuestro esfuerzo se vea coronado por el éxito,
ello no bastará para acabar con el peligro, y esto por dos motivos: uno, que el
agente agresor puede haber transferido su técnica así como la misión de atacar
a un determinado objetivo a otro acólito, con lo cual sólo alcanzaremos un
respiro momentáneo, tras lo cual deberemos ponernos otra vez en movimiento. Y
dos, la propia discreción que saben guardar los verdaderos “adeptos del sendero
izquierdo”es tal que nunca podremos estar seguros de haber agotado todos los
riesgos. Y esa incertidumbre permanente es tan fatigosa desde el punto de vista
psíquico que quizás así provocaremos nosotros mismos el resultado final que nuestro
enemigo eligió.
En cambio, cuando el enemigo esotérico es fácilmente
identificable –o se deja identificar, o hace gala de su poder– es cuando menos
debemos preocuparnos; aquí vuelve a cumplirse la afirmación de que “el
verdadero ocultista, oculto está”.
Generalmente, la acción perniciosa de estas sectas pasa por
la detonación de los mecanismos de autodestrucción que anidan en el
inconsciente de todos y cada uno de nosotros. En efecto, así como todos
contamos con elementos de autoconservación o supervivencia, también existen sus
antítesis. De esta forma, basta con saber qué tocar en el inconsciente de un
enemigo para que el proceso mórbido comience por sí mismo. El ejemplo más claro
de lo expuesto es la propia mecánica del vudú. Como afirman hasta sus propios
sacerdotes y cultores, para que el ritual vudú de muerte ejerza efecto es
necesario que la v íctima se entere.
Para eso, el muñeco preparado con elementos obtenidos de la
víctima (cabellos, uña o sangre) y atravesado con alfileres, debe depositarse
ante la puerta de la vivienda de aquélla o en su camino, de forma tal que
indefectiblemente lo encuentre.
El “hechizo”se completa con un cartelito con el nombre de la
persona sentenciada y el “plazo de vida”acordado.
Partiendo del hecho de que en Haití en particular (patria
del “voodoo”) y en el Caribe en general, prácticamente la casi mayoría de la
población cree en el poder de los hechiceros, es lógico deducir que la víctima
se entere que ha sido condenada para que automáticamente se disparen en él o
ella los elementos de autodestrucción.
Así, en cualquier otro medio, basta con conocer los “flancos
débiles”de la v íctima, psicológicamente hablando, y presionar sobre ellos para
que se reproduzca el mismo efecto.
En segundo lugar, debemos considerar que la acción psíquica
perniciosa –una aspectación negativa de las “formas de pensamiento” a que nos
referiremos próximamente– no muere con la neutralización del oponente, sino que
persiste durante cierto tiempo (naturaleza y accionar al que en algún otro
trabajo mío he referido con aquella anécdota conocida como “el fantasma de la
guarnición”y que volveré a referir). Por esa razón el peligro persistirá y, si
confiados en el triunfo nos desprevenimos, en algún momento la acción
perjudicial se abatirá sobre nosotros.
Otras de las razones que multiplican el efecto a veces
devastador de sus ataques estriba en la naturaleza fundamentalmente destructiva
y belicosa del ser humano.
Para el hombre poco evolucionado, es más fácil destruir que
construir, odiar que amar. Recuerden el “principio de Carnot”: todo parece
tender naturalmente a la destrucción. En consecuencia, inducir o provocar el
Mal en un sujeto cualquiera es mucho más fácil que su contrapartida, o sea,
motivarlo al Bien.
5) Este segundo grupo no acusa menor peligrosidad potencial,
ya que si el primero es temible por buscar el daño ex profeso, el segundo puede
herirnos por distracción u omisión.
Quizás el comienzo de esta situación encuentre su génesis en
la popularización que en las últimas décadas ha obtenido el Ocultismo: libros,
artículos, cursillos, conferencias, han hecho que centenares de miles de
personas encontraran respuestas a preguntas trascendentales, sí. Pero también
–considerando la particular psicología de algunos “adeptos” que canalizan en
este sendero sólo sus frustraciones, su soledad o su ansia de poder– esa
“vulgarización” ha hecho que conocimientos otrora considerados como dignos de
recato hayan llegado a todos los públicos, entre los cuales existen aquellos
con intenciones positivas y otros con intenciones negativas; si a esto sumamos
el hecho innegable que más de una de esas hipotéticas fuentes de sabiduría sólo
reconocen como motivación el afán de lucro de sus autores y una dudosamente
aplaudible retórica verbal o literaria para convencernos de sus bondades,
terminaremos por comprender cuán precavidos hemos de ser en el manejo de la
información (teórica y práctica) que obre en nuestro poder. Observemos que toda
la literatura esotérica está plagada de comentarios referentes a las grandes
vertientes espirituales permanentemente en pugna por conquistar el alma de los
hombres: la Hermandad Blanca, o Sendero de la Mano Derecha, y la Hermandad de
las Tinieblas, que se vale del Sendero de la Mano Izquierda.
Ahora bien. ¿Hasta qué punto podemos estar seguros de que
todo autor o maestro que abunde sobre estos tópicos forzosamente ha de
alinearse a la Derecha de ese espectro?. A fin de cuentas, ¿acaso el mejor
truco no ha consistido, en toda la historia de la humanidad, en emular a los
griegos y su caballo de Troya?. ¿Qué mejor que esconderse entre el enemigo para
socavar sus bases?. Además, consideremos el tema de que muchos practicantes se
limitan a perpetuar una enseñanza o continuar una práctica sin cuestionarse sus
orígenes, ganados sus corazones por la confianza que les inspiraron sus guías o
los antecesores de los mismos. Así, ¿cómo podemos estar seguros realmente de
las causas primeras de las convicciones o las metodologías?. ¿Cuántos adeptos e
incluso iniciados henchidos de buenas intenciones son apenas instrumentos en
manos de inteligencias que les usan como portadores de sus programaciones
psíquicas colectivas?. Y asimismo, ¿cuántas de sus actividades podemos afirmar
que no ocasionarán daño a sus propias mentes o a las de las personas que se
encuentran en sus adyacencias?.
Tomemos dos ejemplos: uno de ellos poco conocido pero de la
más rancia escuela esotérica, y el otro de increíble expansión popular.
El primero de ellos hace referencia a la tradición que dice
que en algún remoto y subterráneo paraje de Asia existe un pueblo, Agharta, en
cuya capital, Agadir (también conocida como Shamballa o Shampullah) vive el Rey
del Mundo, un soberbio maestro espiritual cuya misión y la de sus súbditos
consiste en velar por el Bien y la Paz entre los hombres. Muchos filósofos
esotéricos de cuya bondad no osamos dudar, incluso comentan que también este
Rey es conocido como “el Señor de la Luz ”o bien por su propio nombre:
Sanat Kumara. Muchos autores se hacen eco, sí, de estos comentarios,
pero ninguno de ellos parece advertir un razonamiento (mejor sería escribir
“una cadena de pensamientos”) que comenzando por el hecho de recordar que Dios
designa a Satanás como “Príncipe del Mundo” (pues sólo podrá gobernar entre los
hombres) contin úa por traducir del latín la etimología de uno de los varios
nombres dados al Señor de las Moscas: Lucifer, que significa, precisamente, el
“portador de la luz ”. Y finalmente, sabiendo del valor e importancia que el
Ocultismo da a los acrósticos (o sea, la combinación de letras de un nombre con
el fin de transmitir una clave o un mensaje críptico) no puedo dejar de comprobar
con un escalofrío que, moviendo las letras de lugar, “SANAT”se transforma en “SATAN”
(Satanás o Lucifer). No he hallado hasta ahora traducción (si la hay) para “KUMARA”,
excepto en el quechua andino, donde “UKAMAR” significa, literalmente, “de zonas
escabrosas”(o “montañosas”).
Así, en el Norte argentino, el “Ukamar Zupai”, o “Diablo de
las Montañas”, es aquel genio maléfico que congela las noches de luna con sus
alaridos. Posiblemente algunos lectores consideren poco serio suponer que un
relato esotérico de alcance mundial se identifique con un dialecto autóctono y
regional, pero, después de todo, ¿porqué no?. Yo soy de aquellos que
ciertamente creen que nada debe envidiarle el esoterismo americano al de otras
latitudes y que tal vez, después de todo, quizás fue en éste continente donde todo
empezó.
Afirma la coherencia de lo arriba expuesto el hecho de que,
¿casualidad?, Sanat Kumara en particular y Agharta en general suelen ser
ubicados en zonas montañosas, como los Himalayas. Y reivindicando el idioma
quechua, numerosos ocultistas de cuño (como Charles Leadbeater, entre otros)
sostienen que era uno de los idiomas hablado en Mu o Lemuria.
El otro ejemplo al que hacíamos referencia pasa por un culto
afrobrasilero que, hoy en Argentina, concita el interés de miles de adeptos: la
Umbanda, Kimbanda y Candomblé.
No voy a abundar en descripciones acerca de esta religión –no
faltarán estudios sobre el particular– excepto señalar que existen oficiantes
sinceros, cultos y teológicamente capaces, pero no son ciertamente la mayoría,
lo que cualquier sujeto con mínima capacidad clarividente que haya asistido a
algún “congal”o “terreiro”(lugar de prácticas) durante un ritual efectivo habrá
advertido, además de observar que muchos de los entes que por allí pululan no
pertenecen, precisamente, a los niveles más avanzados de la evolución.
Posiblemente esta reflexión pueda parecer intransigente,
dogmática y sentenciosa. Sin embargo, la estructura del conocimiento que desde los
cielos espirituales baja al Hombre es eminentemente jerárquica y espiritual; por
consiguiente, no queda mucho espacio para las demagogias.
En cuanto, específicamente hablando, atañe a esta religión,
consideremos que la realidad demuestra que el gran número de seguidores que
tiene en realidad advierte que sólo un pequeño porcentaje son “hijos de
religión”, esto es, practicantes litúrgicos; el resto, una inmensa mayoría,
está constituida por aquellos que acuden a hacer “consultas”: problemas de
pareja, de salud y trabajo constituyen los aglutinantes. Esas personas no son adeptos
consuetudinarios a esta corriente, pero su desesperación por la obtención de
soluciones, por un lado, y generalmente, por el otro, la carencia de un
análisis frío de sus actos o la indiferencia por las últimas consecuencias los
lleva a agigantar sus complicaciones. Observemos que “maes” y “paes” por lo
general achacan todos los problemas que pueda sufrir un individuo a los “daños”
o “trabajos” que terceros nos provocan. Más allá de si esto es así (que no lo
creo), el nivel vibratorio con que trabaja esta gente nos hace sospechar que el
precio pagado a cambio por el desprevenido consultante, no se cancela meramente
con la bebida, los cigarros o el dinero depositados como “ofrenda”. Por algo,
muchos ex seguidores de esta corriente nos han comentado que “a la Umbanda se
entra, pero no se sale”.
Y si ustedes se preguntan porqué entonces cosecha tantos
seguidores, la respuesta es sencilla: la gente es naturalmente fetichista (esto
ya lo hemos comentado), sus rituales son psicológicamente impresionantes para
las mentes débiles, el miedo a las “represalias” espirituales hace que no se
tenga la valentía de “desengancharse” y, last but not least (como dice el bueno
de Antonio Ribera) la aparente corrección de ciertos desequilibrios genera la
aparición de otros por algún otro lado, cuya solución degenera en unos
terceros, y así ad infinitum. Este cúmulo de afecciones psíquicas son contra
las cuales debemos aprender a precavernos, ya que nunca perjudican sólo a sus
víctimas en primer grado, sino, infección psíquica mediante, a todo su núcleo
familiar.
6) Este apartado me obligaría a repetir ciertas consideraciones
que en algún párrafo ya hemos hecho.
¿Podemos tener una idea clara del alcance de nuestros actos
“buenos”y “malos”?.
Dada nuestra imposibilidad de juzgar la naturaleza ética de
las acciones (si es que la tienen) la sola intención no basta para erotizar o
thanatizar una acción. Las improvisaciones ocultistas llevan a los ingenuos, no
a manejar “fuerzas”, “santos”, “entes”, sino a crear las condiciones focales psicoespirituales
necesarias para que “energías con motivaciones”(inteligencias) se den cita en
el vórtice así creado. Esto es fácil de aceptar si no perdemos de vista la
concepción de que el Universo es un todo físico,mental y espiritual. Si hechos
físicos pueden crear vórtices físicos, y también generar efectos psicológicos o
energéticos colaterales, ¿acaso un hecho mental no puede movilizar consecuencias
secundarias o contraindicaciones mentales?. Ahora bien.
Hemos visto que actitudes inicialmente eróticas pueden devenir
en thanáticas, y viceversa.
Y me pregunto: cuando prendemos velas, hacemos oraciones, elevamos pedidos, en nuestra ignorancia creyentes de una respuesta “superior”, ¿quién nos asegura que no descompensamos algo en algún lugar?. Todo tiene y genera su opuesto en el Universo (principio de Polaridad) y aunque yo crea estar haciendo algo “bueno”, en algún lugar se tiene que detonar la polaridad correspondiente, más aún, cuando comprendo que si pido ayuda es porque soy incapaz de alcanzar la solución naturalmente, soy momentáneamente inferior, reconozco esa inferioridad y la acepto, solazándome, en la oración-rogativa, con ello. Esto significa que los millones de personas que todos los días en todo el mundo piden, con distintos grados de devoción, ayuda, están generando en realidad mecanismos de dependencia más allá de los resultados.
Y me pregunto: cuando prendemos velas, hacemos oraciones, elevamos pedidos, en nuestra ignorancia creyentes de una respuesta “superior”, ¿quién nos asegura que no descompensamos algo en algún lugar?. Todo tiene y genera su opuesto en el Universo (principio de Polaridad) y aunque yo crea estar haciendo algo “bueno”, en algún lugar se tiene que detonar la polaridad correspondiente, más aún, cuando comprendo que si pido ayuda es porque soy incapaz de alcanzar la solución naturalmente, soy momentáneamente inferior, reconozco esa inferioridad y la acepto, solazándome, en la oración-rogativa, con ello. Esto significa que los millones de personas que todos los días en todo el mundo piden, con distintos grados de devoción, ayuda, están generando en realidad mecanismos de dependencia más allá de los resultados.
Repetimos: ¿a nadie le llamó la atención que en las últimas
décadas, pese al “reverdecimiento espiritual”, la violencia y la muerte han
avanzado hasta límites insospechados en el mundo?. Es lo que llamamos efecto de
acumulación.
En otro sentido, consideremos algo que a mucha gente bien
intencionada suele escapársele. Algunas personas atraviesan problemas, y sus
familiares y amigos acuden a estas disciplinas para ayudarle, pero, tal vez, a
escondidas, porque la persona en problemas no gusta de las mismas. Por
consiguiente, ¿acaso podemos estar confiados en no violar el libre albedrío de
esa persona, ya que ella tiene derecho a elegir si quiere ser ayudada o no?. ¿Es que acaso no forzamos su karma y el
nuestro al actuar contra su voluntad?. ¿Es que basta escudarnos en que “lo
hicimos por su bien”?. ¿Es que acaso sabemos cómo ayudar?. Porque, además, la
solución o la técnica que nosotros comedidos samaritanos seleccionemos será lo
que nosotros elegir íamos en caso de ser nuestros esos problemas. Entonces, se
presenta la misma situación que si diéramos un medicamento erróneo a una
determinada enfermedad; seguramente la agravaríamos.
Hora, entonces, de recordar otro refrán popular: el camino del infierno está sembrado de buenas intenciones.
Hora, entonces, de recordar otro refrán popular: el camino del infierno está sembrado de buenas intenciones.
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