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jueves, 5 de febrero de 2015

Larvas astrales




Así como la evolución de la vida en el plano físico nos muestra una increíble diversidad de niveles de complejidad biológica, así en otros planos constitutivos del Universo existe la misma multiplicidad. Un error común en que suele caer el estudiante de estas disciplinas, es suponer que los “seres” (por darles una denominación) que se mueven en el plano astral, son de condición necesariamente superior al hombre, o confundir los planos astrales con los esotéricos.

En cada plano (quizás entendamos mejor este concepto asimilándolo a la idea cuasicientífica de “otras dimensiones”) también coexisten seres de distinto grado de evolución. Tomemos el ejemplo de la biología física (por buscar una expresión que designe al mundo percibido por los sentidos básicos) remitiéndonos a los parásitos, ya sean estos animales o vegetales. El parásito vive en condiciones de singularmente egoísta simbiosis, vive a expensas del organismo en que anida, fagocitándolo, creciendo y multiplicándose a su costa, pero siendo incapaz de perpetuarse fuera de él. Su primitivo grado de organización le impide la autosuficiencia o, en el mejor de los casos, sólo subsiste por sí mismo durante lapsos exangües de tiempo.
En todos los planos y niveles del Universo existen parásitos; de hecho, deben existir ya que si proclamamos como una ley esotérica el Principio de Correspondencia, es necesario, para que éste exista, que se cumpla en todos los niveles; y cuando afirmamos que en todos los microcosmos existen equivalencias correspondientes a todo cuanto existe en el Macrocosmos, es que sólo este principio podrá afirmarse con validez universal, si precisamente, observamos sus efectos a nivel universal.

Entonces tomemos un plano cualquiera. Por ejemplo, el mental o, más exactamente, el inconsciente personal de cada ser humano, para no confundirnos con el Inconsciente Colectivo, ese gran océano mental donde todos boyamos. ¿Es que acaso en el inconsciente personal de cada uno de nosotros puede desarrollarse algo que podamos llamar “parásitos mentales”?. Ya veremos que sí.

Todos hemos oído hablar en Psicología de los “complejos”; ese conjunto de factores tanto congénitos como adquiridos que producen alteraciones de conducta. Ahora bien, ¿cómo es que se forma y, lo que es más importante e interesante, cómo se desarrolla?.

Supongamos que tomamos un ejemplo a partir de un niño. Como en todo ser humano existen elementos en su personalidad que le son transmitidos genéticamente, formando un conjunto de factores psíquicos propios a toda la humanidad y que conforman lo que llamamos inconsciente colectivo. Esos factores son lo que llamamos arquetipos.

El psicólogo suizo Carl Gustav Jung demostró que en realidad anidan en nosotros dos inconscientes; por un lado, el personal o individual, que es lo que define las particularidades tipológicas (carácter y temperamento) de cada uno de nosotros; es el que nos hace diferentes unos de otros. Pero, por otra parte, todos tenemos un inconsciente colectivo, o mejor aún, una parte de él, que compartimos con toda la especie humana.
La afirmación de que “todos los hombres somos hermanos entre nosotros” encuentra en Jung una explicación psicológica. Todos integramos una memoria ancestral, racial, una gran mente mundial, como un gigantesco cerebro que se reparte en inúmeras células independientes. Cada uno de nosotros somos una de esas células. Esa mente omnipresente está en todos nosotros. ¿Y cómo sabemos de ella?. Muy sencillo.
Todos los seres humanos somos diferentes por acción de nuestros inconscientes individuales. Pero, también, todos tenemos características comunes por nuestro inconsciente colectivo. Estas características son los arquetipos e integran algo así como una cédula de identidad del género humano. Son nuestros rótulos de identificación.

Algunos de ellos son:
– el arquetipo del Viejo Sabio (presente cuando afirmamos, por ejemplo, “tal cosa es así –no porque yo lo razoné o así lo concluyo– sino porque lo dijo Fulano de Tal (diplomado por una universidad X)”, o, en un nivel sociocultural menor, “tal cosa debe ser verdad porque lo dijo la radio (o la televisión, o el diario)”. Anteponemos un criterio de autoridad real o supuesto, delegando en un tercero la asunción de la responsabilidad por nuestros decires;
– el arquetipo de la Gran Madre (la raíz de los cultos a la fertilidad y a la tierra como diosa madre, presente en los fundamentos de todas las religiones, aun las más modernas. Tal el caso del catolicismo donde encontramos una verdadera “raíz pagana” en el culto de la Virgen. Y aunque duela a más de un oído cristiano, debemos aceptar que esto es así, por varias razones: (1) porque el culto a la Virgen como Madre de Dios no es privativo del catolicismo sino, de hecho, anterior en milenios, tanto en oriente como en occidente; (2) porque las Vírgenes adoradas en la Edad antigua y la Baja Edad Media (es decir, cuando aún estaban próximos en el tiempo los orígenes del Cristianismo) eran negras –como las que aún subsisten en muchas partes de Europa, Centro y Sudamérica, como la Virgen de Caá Cupé en Paraguay– y está demostrado que es sólo una transposición cultural del culto a Isis y sólo pasan al “color” actual cuando en la alta Edad Media una bula pontificia, eminentemente racista, identifica al “negro”con el demonio (tal el caso de los gatos) para justificar el exterminio de musulmanes y africanos;
– el temor a la oscuridad (obvio en todos los chicos –y otros que no lo son tanto–).
El temor a la oscuridad es evidentemente ancestral, remontándose al tiempo en que los homínidos (futuros hombres) cazaban de día, reyes de la pradera, pero en las noches permanecían ocultos y aterrados, en árboles y cavernas, horas en que los animales de presa salían a buscar su alimento y los cazadores pasaban a ser cazados;
– el temor a lo desconocido (todo ser humano tiene miedo a lo que no conoce, y por extensión puede interpretarse como el temor al cambio. ¿Cuántas veces nos han ofrecido empleos mejor remunerados que el que poseemos, mejor status social, más perspectivas y sin embargo... a último momento algo nos retiene, nos hace dudar, algo intangible... Ya lo dice el refrán popular: “Más vale malo conocido que bueno por conocer”. Si ustedes lo analizan, este dicho carece por completo de lógica y sentido. Pero es verdadero, en tanto es popular, inconsciente... y arquetípico);
– el instinto sexual (obvio en todos los seres humanos);
– el instinto de poder (también obvio en todos nosotros, así como su antítesis inmediata, el Complejo de Inferioridad);
– la necesidad mágica (también llamada Necesidad Religiosa) que define esa “religión natural”que anida en el hombre, como en él anida una “moral natural”.

El hombre es mágico, vale decir, religioso per se, aunque una educación racional lo convierta en “ateo”, o en lo que a él le parece que es ser ateo, pues siempre se ha formulado las preguntas básicas: ¿Existe Dios?. ¿De dónde venimos?. ¿Hacia dónde vamos?. ¿Hay vida después de la muerte?. Y, muy especialmente, ¿Cuál es la razón, la misión de mi presencia en La Tierra?.

Ahora volvamos al ejemplo del niño al que hiciéramos referencia antes de esta digresión sobre arquetipos.
En este chico anida, como en todos, el arquetipo del Miedo a lo Desconocido y el Temor a la Oscuridad. Cierto día (¿o deber íamos decir “cierta noche”?) regresa a su casa más tarde que de costumbre y ocurre que alguien, un amigo o familiar, para gastarle una broma pesada, lo espera agazapado detrás de un árbol, enmascarado... sorpresivamente salta a su paso, con el susto subsiguiente del niño.

Ya se ha creado un complejo: el hecho traumático se incrusta en la vida psíquica de ese niño, queda allí fijado (del término “fijación”) como una espina que no es extraída. Al paso del tiempo ésta comienza a crear una infección que va extendiéndose, multiplicándose las bacterias que crecen lozanas porque nosotros las alimentamos.

Ahora bien. A medida que pasa el tiempo, ese “complejo latente”se va alimentando de las vivencias del sujeto, que tienen correspondencia con el shock inicial. Así el complejo va creciendo a expensas del deterioro de la esfera psíquica del individuo. En cierto modo el complejo comienza a adquirir independencia psíquica como si se tratara de un ser autónomo e infradotado. Así, si no hay tratamiento de por medio, ese complejo comienza a fagocitarnos psíquicamente, polarizando hacia sí todos aquellos elementos del inconsciente que sirvan a su crecimiento (¿recuerdan el comentario de los “vórtices”de la introducción?). Estos complejos son autónomos en cierto grado, dado que no pueden existir sin el sujeto que les dio vida.
Estas extensas consideraciones deben sustentar el hecho plausible de aceptar que en el plano astral también existen “parásitos”, que en Ocultismo reciben el nombre de “larvas astrales”.

Su origen se encuentra en la sustancia astral que puede constituirse en entidades psíquicamente independientes, constituidas de elementos mentales inferiores y empleando el “cuerpo de los deseos” o cuerpo astral como soporte, algo así como “animales”de otros planos, con cierto grado de malignidad o muy bajo nivel de evolución espiritual en cualquier punto del universo. También, aunque el cuerpo astral se desintegra después de un cierto tiempo de muerto el cuerpo físico que le dio sustento, es posible que algunas “larvas” estén conformadas por el remanente luego de la muerte de un ser humano particularmente thanático, y de hecho, si ese remanente “parasita” la materia astral de otros seres vivos, puede prolongar un cierto tiempo más su postexistencia.

No debe confundirse con el “paquete de memoria”, al que nos referiremos más adelante, constituido por remanentes psíquicos; lo que nos enseña que las “larvas astrales” carecen de psiquismo o, en el mejor de los casos, éste no presenta grandes diferencias con el fetal.

Esta sustancia astral vaga al azar en planos correspondientes con el nuestro, pero circunstancialmente se siente atraída por ciertas singularidades en su plano (el astral).

Esas singularidades son la correspondiente astral de las perturbaciones físicas y/o psíquicas que los seres humanos sufrimos.

Vale decir que la existencia de una “enfermedad” física o psíquica creará una discontinuidad en el plano astral que actúa como un señuelo, una llamativa señal para esas larvas que, inexorablemente, se sienten atraídas hacia ella.

Así, se ubican en las proximidades del ser afectado, incrementando su propia vitalidad a expensas del cuerpo astral de ese humano, parasitándolo. La sostenida pérdida de materia astral tiene, obviamente, su contraparte en los otros planos del sujeto, incrementando sus problemas físicos o psíquicos, pudiéndole llevar a la muerte.

Se generan así los cuadros de “obsesión” y “posesión” a que han hecho referencia todas las religiones. La diferencia entre una situación y otra es que mientras en la “obsesión” la larva astral simplemente consume progresivamente la materia astral de la víctima, en la “posesión” la larva pasa a ocupar el continúan espacio-temporal del sujeto.

Entonces, ¿qué ocurre con la supuesta “personalización” en los cuadros de “obsesión” y  “posesión”, es decir, cuando el ente adopta nombre o se expresa a través de la víctima?.

En realidad, estos casos son mínimos, pero ciertamente graves, pues señalan que la larva astral “capturante”, por decirlo así, ha absorbido o ha sido absorbida por un paquete de memoria thanático o un elemental.
Estas monstruosas simbiosis son, por desgracia, perfectamente posibles. En realidad, su existencia es finita, pues tarde o temprano uno terminará reabsorbiendo al otro (en estos casos, las larvas generalmente llevan las de perder), pero si en el ínterin caen en el vórtice generado por la perturbación de un ser humano, doble será el acoso que el mismo sufrirá.

Recordemos que las larvas astrales carecen de consciencia o la tienen en un grado muy primario, mientras que los “paquetes” por citar un ejemplo, cuentan con remanentes de la misma, una consciencia-subconsciente casi crepuscular, pero carecen del medio (sustancia) idóneos para manifestarse. Cuentan, entonces, con tres formas de hacerlo. Y sobre esas formas hablaremos en el apartado siguiente.


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