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viernes, 13 de febrero de 2015

Elementales



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Puede parecer ridículo estar escribiendo, a principios del siglo XXI, de “elementales”, los mismos seres que la leyenda y la historia han conocido como “duendes”, “elfos”, “hadas”, “gnomos”, etcétera. Pero lo cierto es que, literalmente hablando, desde Tolkien y su “El Señor de los anillos”, la afirmación milenaria de que la Tierra tuvo otros Amos antes que el Hombre ha adquirido otro sentido.

Por supuesto, no creemos ciertamente en el hecho de que los elementales se presenten con bonetes rojos, zapatones puntiagudos, cinturones con hebillas o envueltos en tules celestes o rosas. En realidad, tendemos a considerarlos como habitantes inteligentes de dimensiones “paralelas” a la nuestra. El concepto de “universo o mundos paralelos” ha salido del resbaladizo terreno de la ciencia ficción para, a horcajadas de la moderna astronomía, matemática y física, hacer irrupción en la realidad.

No voy a extenderme aquí en los fundamentos que prueban la existencia de esas otras “n” dimensiones, ya que lo he hecho en otros trabajos míos. Sólo baste recordar que, como el astrónomo británico Paul Davies informa, son ya once las dimensiones localizadas matemáticamente. Pero para que resulte más claro este concepto, resumamos diciendo que hablar de otras dimensiones implica considerarlas como un orden más amplio de la Realidad.

Nosotros vivimos en un Universo de tres dimensiones: ancho, alto y profundidad (o largo). Como una dimensión es, ante todo, un patrón de medida, los científicos están de acuerdo en que el Tiempo es la cuarta dimensión. Así, nuestro Universo conocido es tetradimensional.

Dado que no hay ninguna razón que impida que un sistema referencial contenga dentro de sí otro de menor gradiente, es dable suponer que en nuestro Universo puede estar contenido otro de sólo dos dimensiones. Para que todos los ejemplos sean claros vamos a suponer que estamos hablando de un planeta de dos dimensiones, o sea, bidimensional.

Estamos viajando en una nave espacial por el cosmos, y de pronto nos tropezamos con este mundo plano. Como nuestro esquema mental está adaptado a pensar en tres (o cuatro) dimensiones, entonces somos capaces de percibir (y posteriormente comprender) este mundo de dos dimensiones. Pero si en ese mundo plano hubiera seres inteligentes (también planos), toda su inteligencia no les permitiría ni siquiera advertirnos (por lo menos en lo que somos en realidad) ya que están condicionados a pensar en dos dimensiones.
Para ellos, entonces, solo seríamos una sucesión de fenómenos desconocidos e inexplicables, expresados como ilusorias y fantasmagóricas imágenes preceptúales. Todas las acciones que nosotros ejerzamos en su medio también serán erróneamente interpretadas: supongamos que realizamos una perforación de lado a lado en ese mundo; si uno de los seres que en él habitan cayera por el agujero habiendo otros testigos presenciales del suceso, como para éstos el concepto de “arriba-abajo”(alto) no existe, no percibirían una caída, sino una súbita desaparición del desgraciado congénere.

Y si debajo de este mundo plano hubiera otro, y sobre éste cayera el sujeto del accidente, los habitantes de este segundo mundo plano no observarían una caída sino presenciarían cómo, insólitamente, un ser como ellos parece aparecer de la nada.

Más aún. Si atravesamos ese mundo plano con una gigantesca torre (como si un lápiz atravesara una hoja de papel) e hiciéramos ascender y descender, rotando, la torre por la perforación, comprobaríamos que esos seres cuya inteligencia, insistimos, puede haber acumulado innúmeros conocimientos (quizás tanto casi como nosotros) empero no comprenderían que hay algo “subiendo” y “bajando” por su mundo, sino solamente percibirían un área del mismo que intermitentemente cambia de forma y color.

Y recordando el ejemplo del ser plano que se cayó por el agujero (y especialmente recordando la “sensación”, la “impresión” o, mejor aún, el “concepto” que los otros seres tendrían del hecho), me pregunto: ¿cuántas extrañas desapariciones de personas, animales o extraños seres y criaturas, tal cual son relatados en numerosas leyendas y el folklore de todo el mundo antiguo y moderno, así como las no menos extrañas “apariciones” de estos seres, nos ponen a nosotros, humanos testigos, en la misma situación de aquellos seres planos que no sólo no pueden comprender sino mucho menos aún, ni siquiera percibir la verdadera naturaleza de lo que ocurre ante sus ojos?. ¿Acaso si hay seres que existan en más de cuatro dimensiones simultáneamente, no es posible que estos seres hagan circunstanciales apariciones en la reducida “ventana” de nuestra percepción?.


El término de “ventana”no es ocioso. Los parapsicólogos siempre afirmamos que los seres humanos percibimos la Realidad por una reducida “ventana” del espectro total.

Tomemos dos ejemplos comparativos: por un lado, todos sabemos que nuestros ojos perciben una determinada gama de colores del espectro luminoso, más concretamente, del rojo al violeta. Sabemos, ciertamente, que existen “colores” (radiaciones, sería la palabra exacta) infrarrojos y ultravioleta: que no los veamos, no quiere decir que no existan.

O el caso de los sonidos. Nuestro oído percibe en una determinada frecuencia de decibeles: existen “infrasonidos” y “ultrasonidos”; que no los escuchemos no niega su realidad, y de hecho, son capaces de excitar o enfurecer a ciertos animales.

Lo mismo pasa con la percepción de la Realidad. Nuestra cultura, nuestras limitaciones pero, muy especialmente, nuestra rígida estructura mental no nos permite entender y antes aún, percibir, qué ocurre afuera de la ventana.

Ahora bien. ¿Por qué los relatos fidedignos de las apariciones de duendes, gnomos o hadas las presentan ataviadas con las –para el gusto moderno– casi ridículas vestimentas que les conocemos?. Yo pienso que se trata de un fenómeno de la misma naturaleza que aquél que materializa los “paquetes de memoria”tornándolos “fantasmas”: la racionalización del esquema de creencias previo. Pero debemos hacer aquí un importante llamado a la atención: el sistema TAM (Técnicas de Autodefensa Mental) afirma que pocas cosas sabotean tanto el mecanismo de autodefensa psíquica como la incapacidad de percibir la naturaleza primera de los agentes agresores; la ignorancia engendra el miedo (que amplifica el efecto ya de por sí negativo de la agresión), la inseguridad en uno mismo (y si uno va al combate pensando que puede perder, ya ha sido vencido) y el facilismo y el quietismo (que pueden llevarnos a conformarnos con el daño que se nos produce). Esto permite enunciar otra norma de la autodefensa mental: la observación e identificación esencial del agente agresor.

Empero, ¿por qué consideramos tan dignos de crédito los testimonios de observación de elementales?. Simplemente porque por absurdo que parezca la anécdota, históricamente la seriedad y credibilidad de los testigos de “duendes”no le va en zaga a la de los testigos de OVNIs, del Yeti o del monstruo de Loch Ness, para mencionar otros misterios contemporáneos que gozan de consenso científico. Además, las investigaciones llevadas a cabo por magistrados y científicos en el pasado si bien no contaban con la parafernalia tecnológica con que se cuenta hoy en día, no eran menos rigurosas y serias que las del presente; quizás en realidad lo fueron mucho más, considerando que el juramento y la palabra de honor tenían, antaño, una firmeza y confiabilidad que hoy han perdido.

¿Cuál es, entonces, la verdadera morfología (forma) de paquetes de memoria y elementales, de manera que pueda servir como guía de identificación?. Pues su apariencia real es de figuras levemente humanoides, levemente elipsoidales, oscuras o levemente fosforescentes (en este caso, con aspecto de bruma) bastante más altas y delgadas que un ser humano adulto promedio, o muy bajas y rechonchas. El rostro parece un agujero en el aire... o en la nada.

¿Y porqué estos elementales nos agreden?. Vamos a aclarar que en realidad no lo hacen todos ellos. Pero ocurre que algunos habitantes comunes del plano astral y el etéreo, al ocupar ciertos lugares en la Tierra hacen precisamente eso: los ocupan, defienden un territorio que creen suyo (en realidad, el sector geográfico de nuestra Tierra implicado es sólo un tramo de un “territorio elemental” que interpenetra varias dimensiones).

Pero su sutileza “material”no implica ni mayor grado evolutivo ni mayor inteligencia: también entre ellos hay individuos de naturaleza thanática (malignos), idiotas o insanos; también ellos están encadenados a la Rueda de las encarnaciones de lo inferior a lo superior. Entre ellos también los hay con tantas diferencias psicológicas como entre los seres humanos, y quizás en un futuro escribamos un tratado sobre “Psicología de seres elementales”.

Por otra parte, e insistiendo en el mismo terreno, cabe acotar que se ha observado que su comportamiento refleja una psicología tan particular que podemos elaborar lo que técnicamente se llama un “perfil”, un verdadero “identikit” psicológico del Elemental. Sus puntos salientes son:
a) Travieso y cruel.
b) Bondadoso, pero sin que esto sea una constante ni responda a la conducta previa del humano implicado.
c) Fácilmente irritable.
d) Rencoroso, en caso de no demostrársele agradecimiento, cuantitativa y cualitativamente, como él esperaba.
e) Inconstante en sus relaciones.
f) Perseverante y tenaz en sus objetivos.
g) Mente casi exclusivamente abstracta (las concreciones fácticas parecen responder a ciertos automatismos).
h) Temeroso de sus congéneres.
i) En consecuencia, poco sociable (sus apariciones en grupo parecen responder más a “alianzas”que a “amistades”).
j) Intransigente con el humano ignorante o despectivo de su realidad o facultades.
Cabe destacar, sin embargo, que en una reducida estimación de casos, su agresividad es sólo una forma compulsiva de advertir o alejar a un ser humano de un riesgo, por lo que se impone desarrollar la sutileza perceptiva para detectar la “intención” que subyace detrás de su acto.
De continente obviamente contradictorio, nos hace, empero, comprender y compadecer a una raza, hoy quizás con escasos integrantes, otrora poderosa y dueña del mundo, hasta que la ola evolutiva levantó al hombre por sobre los mamíferos y le hizo imponer su poder, expandiéndose y cubriéndolo todo. Ocultos en las montañas, los bosques, las aguas, los espacios siderales y otras dimensiones, nos observan, comprendiendo y lamentando su decadencia sobre la materia terrestre, mientras pasan los siglos, los milenios o los eones para que una nueva ola espiritual los empuje más adelante aún, siendo quizás en ese entonces los descendientes de esta Humanidad (sumados a otras Humanidades del cosmos) los que pasen a ocupar su lugar, dejando un sitial vacío para otras formas biológicas (en la Tierra, ¿los delfines, quizás?) que entonces ocuparán el lugar que hoy por hoy es nuestro.

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